Por Cosimo Graziani
Nuuk (Agencia Fides) - Aunque la globalización ha sido objeto de duras críticas en los últimos tiempos, pocas elecciones locales con menos de sesenta mil votantes han captado tanta atención mediática como las que se celebrarán en Groenlandia el próximo 11 de marzo. La enorme isla, de soberanía danesa pero geográficamente norteamericana, afronta estos comicios con el mundo entero pendiente de su futuro.
El interés internacional se ha intensificado tras las recientes declaraciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien, a pocos días de asumir su segundo mandato el pasado 21 de enero, volvió a proponer que Washington tome el control de Groenlandia. El mandatario justificó su postura señalando la importancia estratégica y económica de la isla para Estados Unidos. La reacción de Dinamarca fue inmediata: el gobierno de Copenhague, aliado de Washington y miembro de la OTAN, reiteró que Groenlandia no está en venta y que cualquier decisión sobre su futuro corresponde exclusivamente a sus habitantes.
Groenlandia goza de autonomía desde la década de 1970 y, en 2009, obtuvo el derecho a convocar un referéndum de independencia. Durante los últimos dieciséis años, el debate sobre la secesión -marcado también por el legado colonial y sus páginas más oscuras- ha sido un tema central en la política local. Las declaraciones de Trump han reavivado aún más la cuestión, especialmente porque han coincidido con el final de la actual legislatura.
El motivo del interés estadounidense por Groenlandia radica en su posición geoestratégica. Situada entre el Atlántico Norte y el Ártico, la isla es clave para el control de las futuras rutas comerciales que podrían abrirse con el deshielo del Polo Norte. Se trata de un territorio en disputa geopolítica entre las grandes potencias: Estados Unidos, Rusia y China. A largo plazo, también podría entrar en juego la Unión Europea, aunque las actuales circunstancias hacen improbable su intervención en el corto y mediano plazo.
La ruta ártica que más interesa a Washington es el Paso del Noroeste, que atraviesa el norte de Alaska, Canadá y Groenlandia. Es una de las tres posibles rutas comerciales que podrían emerger con el derretimiento del hielo ártico, junto con la Ruta Transártica, que cruza el centro del Océano Ártico, y la Ruta del Mar del Norte, controlada por China y Rusia. Para Estados Unidos, dominar el Paso del Noroeste supondría disponer de una alternativa al Canal de Panamá, asegurando una conexión entre sus costas sin depender de terceros. La administración Trump considera que el Canal de Panamá está bajo la influencia de China, lo que refuerza la necesidad de contar con una vía estratégica para el tránsito de mercancías y buques de guerra en menor tiempo y sin interferencias extranjeras.
Además de su posición estratégica, otra razón clave por la que Donald Trump ha puesto su mirada en Groenlandia son sus vastos yacimientos de tierras raras, tanto en la isla como en el lecho marino de los mares nórdicos. En este sentido, Groenlandia no solo representa una reserva crucial de minerales estratégicos, sino también un punto de proyección de Estados Unidos sobre el Atlántico Norte.
La importancia que el presidente estadounidense otorga al suministro de tierras raras se ha hecho evidente en las negociaciones sobre Ucrania. Para la administración Trump, Ucrania y Groenlandia tienen un valor equiparable en términos de interés económico y geopolítico. Se estima que en la isla atlántica hay unos 42 millones de toneladas de materiales considerados críticos por Washington, entre ellos cobalto, cobre, grafito, litio y níquel. Además, en el océano Ártico se encuentran grandes reservas de gas y petróleo. En esta carrera por los recursos, Estados Unidos compite principalmente con China, que lleva años explorando los fondos marinos de la región.
Sin embargo, el acceso de Washington a estos recursos depende directamente de la política interna de Groenlandia y del resultado de las próximas elecciones. Actualmente, el gobierno de la isla está liderado por una coalición entre el partido independentista de izquierda Inuit Ataqatigiit y el socialdemócrata Siumut El primer ministro, Múte Inequnaaluk Bourup Egede, del Inuit Ataqatigiit, reaccionó con firmeza a las declaraciones de Trump asegurando que la isla «no está en venta». En respuesta a la creciente atención internacional, el Parlamento groenlandés aprobó recientemente dos leyes: una que restringe la financiación extranjera y local a los partidos en vísperas de elecciones y otra que limita la adquisición de terrenos en la isla. A pesar de estas medidas y de la reticencia de la población a acercarse a Estados Unidos -según una encuesta reciente-, las posturas dentro del gobierno sobre la celebración de un referéndum de independencia tras las elecciones no son unánimes. Mientras que el Siumut se ha mostrado favorable a la consulta, el Inuit Ataqatigiit ha adoptado una posición más cautelosa. Esta divergencia es significativa, pues quiebra la unidad sobre un asunto clave en un momento de alta sensibilidad política.
¿Cabe esperar injerencias externas? Para una respuesta definitiva habrá que esperar al resultado electoral del 11 de marzo, pero todo apunta a que la fractura dentro del gobierno podría ser aprovechada por actores internacionales interesados en influir en la política local. En este escenario, Trump podría explotar la división entre los dos principales partidos groenlandeses, con repercusiones que no solo afectarían a las relaciones de la isla con Dinamarca, sino que también añadirían un nuevo foco de tensión en las relaciones transatlánticas entre Estados Unidos y Europa.
(Agencia Fides 8/3/2025)