Diocesi di Novara/Agenzia Visconti
Por Stefano Lodigiani
Roma (Agencia Fides) - ¿Qué buscaban, o más bien a quién buscaban, las multitudes que, desde la tarde del 29 de diciembre, siguieron una cruz, un libro y a su Pastor, recorriendo calles y plazas de ciudades y diócesis de todo el mundo en comunión con el Obispo de Roma y toda la Iglesia?
En un domingo del tiempo de Navidad, en el que las familias suelen reunirse con parientes y amigos, muchos salieron de sus casas para ponerse en camino, desafiando las inclemencias del invierno y la oscuridad que se avecinaba, para iniciar un período importante cuyo nombre es antiguo: el Año Santo.
Entre ellos había jóvenes y ancianos, familias, cofradías, movimientos eclesiales, niños a hombros de sus padres y ancianos en silla de ruedas, personas con pasos inseguros apoyándose unos a otros, todos reunidos, conocedores del momento que estaban viviendo.
En cierto modo, recordaban “al pueblo que caminaba en tinieblas” y esperaba “la gran luz” descrita por el profeta Isaías. Pero aquí la oscuridad estaba iluminada por las velas encendidas que cada uno llevaba, la luz de Cristo resucitado que se nos comunica por el Bautismo, y por los compañeros de camino: la multitud de Santos, Beatos, Mártires invocados mediante el canto de las Letanías.
La Iglesia terrena, como sucede en los pasajes más importantes y delicados de su historia, invocó la intercesión de la Iglesia celeste para recorrer el único camino que conduce al encuentro con el Padre a través del Hijo: Él es la única puerta para llegar al Padre.
Nunca se sabrá qué huella ha dejado esta manifestación de fe de una Iglesia que sale de los edificios sagrados a las calles del mundo. Entre la gente que compraba en las tiendas o se agolpaba en los cafés al paso de la procesión, algunos salieron y se santiguaron, otros continuaron en sus ocupaciones. Tal vez algunos se preguntaron qué hacían todas esas personas detrás de una cruz que, en su desnudez, avanzaba a través de las iluminaciones navideñas de calles y comercios.
La respuesta llegó cuando, al final de la procesión, a la puerta de la Catedral, el Obispo levantó al Cristo crucificado proclamando “Salve oh cruz, nuestra única esperanza. Tú eres nuestra esperanza, no seremos confundidos para siempre”.
La impresionante participación de sacerdotes, seminaristas, religiosas y religiosos, autoridades civiles y militares, y sobre todo la multitud de fieles que abarrotaban las calles, plazas y catedrales de las diócesis del mundo, dejó asombrados incluso a varios Obispos.
Frente a las encuestas estadísticas y sociológicas que decretan el fin del catolicismo, empezando por los países del “viejo continente” europeo, muchos encuentran en Cristo muerto en la cruz y resucitado, en su Palabra que sigue llegando hasta nosotros a través de los Evangelios, y en la Iglesia “comunidad de bautizados” reunida en torno a su obispo, la esperanza que otros no pueden dar.
La esperanza es el mensaje principal del Jubileo 2025, como escribió el Papa Francisco en la bula de indicción “Spes non confundit”, “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5). “Que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que se dirige a todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo (SNC 6).
La historia cuenta que, a principios del siglo XIV, muchos peregrinos acudían a Roma deseosos de obtener el perdón de sus pecados. El Papa Bonifacio VIII, impresionado por su fe, promulgó el 22 de febrero de 1300 la bula con la que proclamó el Año Santo. El primer Jubileo de la historia de la Iglesia surgió del impulso espontáneo del pueblo de Dios, movido por el Espíritu Santo.
El 25 Jubileo Universal Ordinario se ha inaugurado también bajo el signo de un pueblo de Dios que ha salido a la calle siguiendo la voz del mismo Espíritu que anima a la Iglesia desde hace dos mil años. “En efecto, el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino...” (SNC 3).
(Agencia Fides 18/1/2025)
ASIA/PAKISTÁN - «Llevar esperanza a los pobres»: el Jubileo entre los obreros de los hornos de barro