AMÉRICA/BRASIL - Nazareno Lanciotti, misionero y mártir, será proclamado Beato

lunes, 14 abril 2025

Diocese de São Luiz de Cáceres

São Paulo (Agencia Fides) - “Hemos venido a matarte porque nos molestas demasiado”. Estas fueron las últimas palabras que escuchó el padre Nazareno Lanciotti antes de ser asesinado a tiros en su rectoría de Jauru, en el estado brasileño de Mato Grosso, en febrero de 2001. Veinticuatro años después, el Papa Francisco ha reconocido oficialmente su martirio durante una audiencia con el Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, el cardenal Marcello Semeraro.

Por ello, será proclamado beato este misionero de origen romano, que durante treinta años, entre las selvas y las realidades más pobres de Brasil, se dedicó a anunciar el Evangelio y a proteger a los jóvenes, en particular, de las redes de prostitución y del narcotráfico.

Ordenado sacerdote el 29 de junio de 1966, con apenas 26 años, trabajó durante cinco años en varias parroquias de Roma. En 1972, tras conocer la Operación Mato Grosso -una iniciativa de voluntariado misionero surgida en Italia- decidió consagrarse por completo a la misión. Partió hacia Sudamérica y se le confió el cuidado de la parroquia de Jauru, en la joven diócesis de Cáceres, al oeste de Brasil, en la frontera con Bolivia.

“Una realidad difícil”, como dijo a Fides don Enzo Gabrieli, postulador de la causa de canonización del padre Lanciotti (véase Fides, 22 de marzo de 2021), ya que estaba “formada por muchas comunidades dispersas en la foresta. Él no se desanimó y a lomos de una mula llegó a lo que se convertiría, gracias a su pasión y a su fe, en una ciudad jardín en torno a la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Pilar”. Su profundo amor a la Virgen María, la centralidad de la Eucaristía en sus obras misioneras y su devoción al Papa fueron la fuente de su trabajo en Jauru, que pronto se convirtió en el centro de las actividades diocesanas.

Entre sus primeras acciones, el padre Nazareno decidió construir un sanatorio: Jauru era un pueblo muy pobre y el misionero se dio cuenta de que muchas madres morían en el parto y numerosos niños perdían la vida por enfermedades tratables. El hospital más cercano estaba a doscientos kilómetros, pero aquel sanatorio, con el tiempo, se convirtió en un verdadero hospital católico que hoy funciona en la red nacional.

Junto al cuidado del cuerpo, el padre Nazareno se ocupó también del espíritu, iniciando la construcción de un centro parroquial y de varias capillas en el bosque -unas cuarenta en total- para poder atender a los numerosos fieles dispersos por los pueblos. La iglesia parroquial estaba flanqueada por varias “estaciones periféricas” donde se rezaba (y se sigue rezando) todos los días, incluso en ausencia del misionero.

En 1987 se inscribió en el Movimiento Sacerdotal Mariano, del que al año siguiente fue nombrado responsable nacional para Brasil. Como tal, realizó frecuentes viajes por todo el país para celebrar cenáculos de oración con sacerdotes y familias del Movimiento.

Además de construir una residencia para ancianos, una escuela para niños y un seminario menor -del que nacieron las diez primeras vocaciones locales-, Lanciotti trabajó para intentar frenar el tráfico de drogas y la prostitución. Cuando las autoridades decidieron construir una nueva presa, llegaron a la zona trabajadores de todo Brasil y de la vecina Bolivia. Se multiplicaron los puntos de venta de droga y los lugares de prostitución. Todos los sábados por la noche organizaba actividades para distraer a los jóvenes y advertirles de los peligros: “La adoración eucarística, el rosario y la devoción a la Virgen os salvarán”. Estas palabras las dirigía también a los obreros que diariamente se dirigían a las obras de la presa, atravesando zonas dominadas por narcotraficantes.

En aquellos años, según señala la web del Dicasterio para las Causas de los Santos, “surgieron fuertes tensiones por parte de miembros de una logia masónica, opuestos a la labor del padre Nazareno”.

También se había reunido con sus jóvenes la tarde del 11 de febrero en que fue asesinado in odium fidei. Era consciente del peligro que corría y, aquella tarde, mientras llovía, dijo: “Son las lágrimas del Cielo por mí”. En un pasaje, con un velo de tristeza, casi de presentimiento, a los que estaban con él les dijo: “Cuando me busquéis, me encontraréis siempre al pie del sagrario”. Y allí fue enterrado después de su muerte.

El martirio tuvo lugar poco después de las nueve de la noche, cuando dos hombres, con el rostro cubierto, irrumpieron en la rectoría donde el misionero cenaba con sus colaboradores y algunos invitados. Apuntando a los presentes con una pistola, les pidieron dinero y la ubicación de la caja fuerte. Los amenazaron a todos para simular un robo malogrado. El padre Nazareno les calmó, se ofreció, y los presentes pusieron sobre la mesa lo que llevaban. Pero los asesinos sólo tenían un objetivo.

Ellos mismos revelaron que habían sido enviados por personas influyentes a las que molestaba la acción de la Iglesia y del misionero. Montaron una partida de ruleta rusa, pero dispararon por sorpresa al padre Nazareno.
Los dos asesinos huyeron, dejando el dinero sobre la mesa. La policía local, situada a pocos cientos de metros, no llegó hasta el día siguiente. El padre Lanciotti fue trasladado primero al hospital de Cuiabá y luego al sirio-libanés de São Paulo, donde murió el 22 de febrero de 2001, a los 61 años.

Sus últimas palabras fueron de perdón para sus asesinos. Eran alrededor de las seis de la mañana cuando falleció, tras diez días de agonía. Su asesinato, lejos de ser un robo frustrado, “resultó haber sido premeditado”. Según el Dicasterio para las Causas de los Santos, “antes del asesinato, existía un sistema perverso, al que su labor pastoral resultaba inconveniente”. Su muerte “gozó inmediatamente de una sólida y extensa fama de martirio, unida a una manifiesta reputación de signos realizados”.
(F.B.) (Agencia Fides 14/4/2025)


Compartir: