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Por Gianni Valente
Roma (Agencia Fides) - El Papa Francisco transcurre el 12º aniversario de su elección como Sucesor de Pedro y Obispo de Roma en una habitación del hospital Gemelli. Los médicos han dado a conocer hace sólo unos días su pronóstico, que se había mantenido reservado durante mucho tiempo tras su hospitalización el 14 de febrero.
En este Año Jubilar y en plena Cuaresma, el momento singular vivido por el Obispo de Roma, suspendido por las incógnitas del curso de su enfermedad, rompe el habitual esquema mediático de hacer “balance del pontificado” y deja entrever algo más profundo y significativo para la Iglesia y su misión en el mundo.
Abrazando su fragilidad y desgaste físico, con el cuerpo agotado y sin rehuir nunca al trabajo al que le ha llamado su vocación y su ministerio, el Papa Francisco encarna sin necesidad de palabras lo que siempre ha proclamado: la Iglesia no puede ser salvada por un pobre hombre, sino por la gracia de Cristo, quien la guía, la sana y la sostiene con su gracia y su Espíritu.
Las limitaciones humanas de los Obispos de Roma no desfiguran el rostro de la Iglesia; al contrario, revelan el misterio que la mantiene viva y la hace caminar en la historia.
La salvación de Cristo alcanza a los hombres y mujeres tal como son, heridos por el pecado original, expuestos a enfermedades y caídas, y esto vale para todos, empezando por los Sucesores de Pedro. Desde San Pedro hasta hoy, nunca han sido las fragilidades humanas las que han puesto en peligro a la Iglesia.
El Papa Francisco nunca ha ocultado sus limitaciones, errores y fragilidad humana, al igual que muchos de sus predecesores. «Mi persona no cuenta para nada. Es un hermano que os habla, que se ha convertido en padre por voluntad de Nuestro Señor», afirmó el Papa Juan XXIII en su célebre Discurso a la Luna.
Juan Pablo I, en su primer encuentro con el Colegio Cardenalicio tras su elección, expresó su deseo de que sus «hermanos cardenales» ayudaran a «este pobre Cristo, Vicario de Cristo».
Por su parte, Pablo VI, en un encuentro con los seminaristas de Lombardía en diciembre de 1968, hizo referencia a los muchos que «esperan del Papa gestos resonantes, intervenciones enérgicas y decisivas», y añadió que «el Papa no cree tener que seguir otra línea que la de la confianza en Jesucristo, quien se preocupa por su Iglesia más que nadie. Será él quien calme la tempestad».
Mientras su enfermedad le impide realizar muchos de los gestos habituales de su misión, en estos días de fragilidad en el Gemelli, el ministerio confiado a Pedro y a sus sucesores se manifiesta en su esencia más íntima y fundamental. A pesar de sus limitaciones, el Sucesor de Pedro sigue siendo Sucesor de Pedro incluso desde la habitación del décimo piso del hospital. El Papa Francisco no es “menos” Papa ahora que la enfermedad le impide encontrarse con las multitudes. La fuente de su ministerio no depende de la intensidad de sus compromisos públicos.
La comunión de oración entre el Pueblo de Dios esparcido por el mundo y el Obispo de Roma en este tiempo de prueba tiene una fuerza más profunda y eficaz que la firma de documentos pontificios o las apariciones en actos jubilares. Gestos como sus recientes llamadas telefónicas a la parroquia de Gaza, incluso desde el hospital, para interesarse por quienes más sufren en la tierra de Jesús, forman parte de los “actos primarios” de su Pontificado. Lo mismo ocurre con sus llamamientos por la paz y sus palabras sobre la guerra, pronunciadas también durante su hospitalización, que han mantenido providencialmente a la Iglesia católica alejada de los torbellinos belicistas que siguen desgarrando el mundo, precisamente cuando vuelven a abrirse vías diplomáticas para la paz.
La comunión de oración que ha unido al Obispo de Roma y al Pueblo de Dios durante estas semanas de hospitalización es una imagen clara de los lazos profundos que sostienen a la Iglesia y la hacen vivir a lo largo del tiempo. Con una atención a las cosas reales y sustanciales, esta experiencia parece devolverlo todo a la sencilla petición que el Papa Francisco ha repetido incesantemente durante 12 años: «Recen por mí, porque lo necesito».
El Papa ha pedido y sigue pidiendo ser sostenido en el tiempo de la prueba. Y el Pueblo de Dios ha respondido con oración, encomendándolo a María con alegría y confianza, sin angustia, en la certeza de que la Iglesia camina siempre sostenida por la gracia.
La repetición sencilla y común de las oraciones aprendidas desde la infancia se convierte en un signo profundo de comunión entre las multitudes, el Obispo de Roma y la Iglesia fundada en el martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo. Así ocurrió cuando el Apóstol Pedro «fue mantenido en prisión, mientras una oración incesante de la Iglesia subía a Dios por él» (Hechos 12,5). Del mismo modo, en los primeros siglos del cristianismo, la comunión con la Iglesia de Roma se expresaba y fortalecía también mediante la transmisión y el uso de las mismas fórmulas de oración.
Al vivir y ser testigos de esta comunión real con el Obispo de Roma a través de la oración, muchos han podido comprender mejor la verdadera naturaleza de su ministerio. La experiencia de estas semanas de oración por el Papa Francisco ha disipado concepciones erróneas que lo reducen a la figura de un “CEO” de una multinacional. Se ha demostrado que el ministerio del Sucesor de Pedro puede ser aún más fecundo en el silencio de una oración compartida que a través de documentos oficiales o apariciones públicas.
El Papa no es el “project manager” de la Iglesia. Tampoco es el organizador/catalizador de los acontecimientos. No forma parte de los rasgos indispensables de la tarea que se le ha confiado el del eficientismo corporativista. Lo esencial de su tarea es confirmar a sus hermanos y hermanas en la fe de los Apóstoles.
(Agencia Fides 13/3/2025)