ASIA/COREA DEL SUR - El Padre Vincenzo y las llagas de Cristo en las afueras de Seúl

viernes, 14 febrero 2025 misión   iglesias locales   pobreza   jóvenes  

Photo by Pascale Rizk

Por Pascale Rizk

Seongnam (Agencia Fides) - El amor gratuito es desarmante y resiste el paso del tiempo. Esto es lo que le dijo Angelo el día en que su hijo Vincenzo se hizo sacerdote católico, en abril de 1987: “Igual que el oro no cambia con el tiempo, tampoco cambiará nuestro amor por ti”.

Desde entonces, el padre Vincenzo Bordo, misionero de los Oblatos de María Inmaculada, ha vivido con la misma entrega, fiel a su vocación de “amar hasta el final”.

El próximo mayo se cumplirán 35 años desde su llegada a Corea del Sur, donde es ampliamente conocido como Kim Ha-jong Shinbunim. El “extranjero extraño” nacido en la región italiana de Viterbo y que creció con la determinación y el temple de un agricultor, acompañado desde niño por un profundo deseo de “amor y servir a los demás”.

Su fascinación por Oriente y los estudios orientales lo llevó a Corea, acompañado por su co-hermano, el padre Mauro Concardi. Hoy, su labor se centra en la “Casa de Anna”, ubicada en Seongnam, la segunda ciudad más grande de la provincia de Gyeonggi-do, después de Suwon, y situada a unos 28 km del centro de Seúl.

Durante mucho tiempo, esta zona ha sido un refugio para personas sin hogar, debido a su proximidad a un gran mercado y su conexión con una extensa red de metro y autobuses. Fue allí donde el padre Vincenzo decidió iniciar su misión, que aún hoy sigue desempeñando con los mismos ojos límpios y el delantal de trabajo puesto, entregado a quienes más lo necesitan.

Corea entre el pasado y el presente

La Corea que le acogió hace tres décadas ya no es la misma. Impresionante desarrollo económico, rápidos cambios, tensiones internacionales e incluso agitación política reciente. “Cuando llegué aquí, la palabra más usada en coreano era 우리 (nosotros). ‘Nuestra familia’, ‘nuestra parroquia’, ‘nuestra iglesia’, ‘nuestra patria’, ‘nuestro barrio’. El sentimiento de pertenencia era muy fuerte. Hoy, la palabra más utilizada es 'yo'”, dice Bordo, y añade: “Hemos pasado de una dimensión comunitaria muy fuerte, a veces incluso demasiado fuerte, a un yo egocéntrico, en una ciudad egocéntrica. La sociedad acostumbrada a cuidar de los parientes, de los padres, de la comunidad, se ha convertido en una sociedad en la que la persona de al lado muere, y no te enteras, porque la gente que vive sola está aumentando drásticamente”.

En comparación con la época de su llegada a Corea, las figuras de los mendigos han desaparecido. La “nueva pobreza” se manifiesta en la vida de quienes no “tienen una mente inteligente, compleja y articulada” y son incapaces de seguir a la sociedad “moderna, rica, rápida, inteligente, articulada y compleja”, explica el padre Vincenzo.

Cuando llega la hora de la cena, le llama la atención el número de personas de 50 años o más que llegan y hacen cola para comer. “Aparte de las pensiones que dan grandes empresas como Samsung o Hyundai”, dice el padre Vincenzo, “en los años 90 no había ningún tipo de seguridad social para la gente. Hoy existe una pensión mínima, un sistema para ayudar a las personas con graves dificultades, un mínimo para garantizar también el servicio sanitario”.

La nueva pobreza y los sin nombre

Los “nuevos pobres” que acuden a la Casa de Anna pertenecen a la categoría de personas que no pueden encajar en este sistema de bienestar social. Son personas sin hogar. Una condición existencial que no se tiene en cuenta en las estadísticas sobre el número de personas sin hogar que viven en la calle. “Pero incluso los que duermen en los bajos de las escaleras son 'sin techo'”, explica el padre Vincenzo, y añade: “Las últimas estadísticas que hemos procesado muestran que el 35% de los ancianos que acuden a la Casa de Anna son personas sin hogar, ‘sin techo’ en sentido pleno, mientras que el 33% están ‘en el umbral’. Estos últimos tienen poco dinero y pueden acogerse al sistema que les permite alquilar una habitación por 300.000 wones, unos 200 euros. Así que no duermen en la calle, pero siguen formando parte de los ‘sin techo’”.

En Corea del Sur, la pobreza no es el resultado de la falta de trabajo. El trabajo en Corea está ahí, reitera continuamente el “Chef por amor”, como se llama el misionero en el libro publicado en 2021 en respuesta a la urgente necesidad de recaudar fondos (véase Fides 21/10/2023). Hoy, la Casa de Anna funciona en un 40% con fondos estatales y en un 60% con donaciones.
Las razones por las que las personas viven en la calle son de carácter, social, físico y económico.
Según los datos publicados el 3 de febrero de 2025 por Statistics Korea y el Ministerio de Salud y Bienestar, la tasa de pobreza de los ancianos en Corea -que parecía estar bajando- en realidad está empeorando. En concreto, en comparación con la tasa de pobreza relativa del 9,8% de la población surcoreana en edad de trabajar (9,7% para los hombres y 10,0% para las mujeres) y la tasa de pobreza general de Corea del Sur (14,9%), la de los ancianos es significativamente mayor.
Aunque había descendido de forma constante desde 2013 hasta 2021 al 37,6 %, el porcentaje de personas de 65 años o más que viven por debajo del 50 % de los ingresos medios ha alcanzado el 38,2 % en 2023.
En un país que el año pasado fue calificado oficialmente como “una sociedad de super-ancianos” -ya que estos últimos ocupan el 20 % de la población total-, su tasa de pobreza ha empeorado por segundo año consecutivo.
Los que acuden a la Casa de Anna pertenecen a la clase media-baja y el 70% sobrevive con una comida al día, la mayoría por la noche. “Puede que uno no sea psicológicamente fuerte y no tenga una familia detrás que le apoye, que le empuje. Su soledad proviene de muchas cosas: los que no se han casado, los que se han divorciado y han abandonado a sus familias, los que han fracasado en la vida. Como decía antes, hablo de la clase media baja; por tanto, no hablo de Corea en general, hablo de la gente que viene aquí a comer, generalmente son outsiders y no pueden seguir el ritmo de esta sociedad”, subraya el padre Vincenzo.

Casa de Anna: comer pero no sólo eso

Al igual que se hacía sentir la temperatura abrasadora de Senegal, donde acudió Bordo para su primera misión en suelo extranjero, en Corea del Sur tampoco falta el frío “sin guantes” y “sin abrigos” que hace insoportable la vida de los “queridos amigos de la calle”.
Por eso, la Casa de Anna no sólo ofrece comida, sino también servicios básicos para los que viven en la calle. En la planta baja del edificio está el comedor. En la primera planta hay una peluquería, duchas y ropa para los necesitados. Y en la segunda planta se realizan diversas formas de apoyo durante la semana.
“Los lunes hay abogados para los que necesitan asesoramiento jurídico, los martes hay médicos de varios tipos: internista, dentista, psiquiatra, y damos medicinas gratis. El miércoles es un día para los que tienen problemas con el alcohol, hacemos sensibilización y formación sobre los efectos del consumo de alcohol. Los jueves para los que buscan trabajo, y los viernes tenemos programas culturales”, explica el misionero de los Oblatos de María Inmaculada, mientras hace de “guía” moviéndose de planta en planta.
“Intentamos tener un enfoque holístico de la persona, porque no es un estómago que hay que llenar, sino un ser humano al que hay que acoger, ayudar a crecer y, finalmente, salir de esta realidad”.
En las plantas tercera y cuarta, el centro ofrece alojamiento a unos 30 hombres sin hogar. En un intento de ayudarles a rehacer sus vidas, se les integra en un programa en el que trabajan en una fábrica situada frente a la Casa (véase vídeo).

Los voluntarios de la Casa de Anna: un diálogo en acción

“¡Mira esto!”, dice el padre Bordo, mostrando un panel colgado en la pared donde figuran los números de las personas que “dirigen la baraca”.
La Casa de Anna es una organización sin ánimo de lucro reconocida por el gobierno para trabajar con la gente de la calle, y el edificio donde se ubica está reservado a hombres adultos. Hay otros ocho hogares para familias y niños de la calle. En estas instalaciones trabajan 55 trabajadores sociales titulados, pero los voluntarios que acuden a prestar servicio ascienden a 1.500 al mes.

“La mayoría no tiene ni le interesa tener una religión. Algunos tienen raíces budistas, pero no asisten a los rituales. Vienen los sábados porque no suelen trabajar. Cuando les pregunto por qué son voluntarios, algunos dicen que el voluntariado es bonito, que compartir es importante, otros creen en una sociedad más justa, otros sienten que amar da alegría, que compartir da emociones... Así que hablamos de valores humanos básicos. Si analizas estas palabras, bello, amor, justicia, compartir, todas son nombres de Dios. Aquí experimentas a Dios sin darte cuenta”.

“A veces”, confiesa el padre Vincenzo, “se me ocurre hablar de los discípulos de Emaús. ¿Cuándo reconocen a Jesús? Están con él, pero sin reconocerlo. Sólo lo reconocen cuando parte el pan. Las personas que vienen aquí, al compartir lo que hacemos, consiguen ver al Señor resucitado. Experimentan a Dios, aunque no lo sepan. Y el lugar es ahora un punto de referencia para muchos jóvenes. En treinta años, he visto muchas historias de conversiones, bastantes. No es automático, todo lleva su tiempo, pero varios voluntarios y empleados han optado por bautizarse y hacerse cristianos”.

AGIT y los chicos de la calle

Durante un encuentro en 2015 con otras tres entidades que se interesaban por los niños de la calle, resultó que los atendidos ascendían a 200, cuando las estadísticas del municipio afirmaban que había 2.000 niños de la calle. Así nació la iniciativa AGIT, el “Autobús que busca chicos”. “Estos chicos son básicamente las ovejas perdidas de las que habla Jesús. AGIT es el autobús que sale al encuentro y busca a los chicos de la calle”, dice el Padre Vincenzo.

Con tiendas de campaña, mesas y sillas, se crean espacios temporales que permiten a los chicos comer, pero también adquirir algún tipo de educación. “He propuesto a la Conferencia Episcopal que para las Jornadas Mundiales de la Juventud se haga AGIT en las ciudades más importantes. Es necesario”, dice Bordo, “porque hay mucha gente desesperada, tal vez acercarse a ellos pueda ser su salvación. El país tiene un alto índice de suicidios y depresión. Mucha gente visita Corea del Sur y se encuentra con que todo el mundo va a mil, la eficacia, el desarrollo, pero en realidad buscan sentimientos porque les falta algo en la vida”.

A pesar de su apretada agenda, el padre Vincenzo Bordo siempre encuentra tiempo para subirse al sillín y recorrer Seúl en bicicleta. No le han faltado pruebas en su vida coreana. En su primera conversación con el obispo de la región, el prelado le aseguró que no había pobres en la zona, y que sólo había unos pocos sin techo.

“Una vez, un periodista se enteró de nuestro trabajo e hizo un pequeño reportaje sobre nosotros. La Ministra de Educación, que entonces era una mujer, vio el documental por casualidad y se asombró de que hubiera niños de la calle en Corea del Sur. Llamó a su gente para que investigara, y ellos insistieron en que no había niños de la calle. La ministra, enfurecida, llamó a la gente de la cadena y les acusó de difundir mentiras. Nos invitaron a mí y a un compañero a explicar la situación. Era 1998, y la ministra de Educación no sabía que había niños de la calle”, recuerda Vincenzo Bordo.
(Agencia Fides 14/2/2025)


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